Un paciente psicótico de unos treinta años había sido internado por la fuerza en un gran hospital psiquiátrico en las afueras de una ciudad. No se consideraba que tuviera tendencias violentas. Después de unos días se escapó de su barrio seguro. Las autoridades del hospital fueron informadas por sus familiares que había regresado a su propia casa. Como era habitual, una escolta de tres enfermeros psiquiátricos varones partió con una ambulancia para traer de vuelta al paciente. En el camino se detuvieron para recoger una escolta policial como era habitual en estos casos. Cuando llegaron a la casa, la escolta policial esperaba afuera, en caso de que se produjera un incidente violento. Las tres enfermeras entraron y los familiares les informaron que el paciente estaba sentado en un dormitorio del piso de arriba. Cuando se le acercó y lo invitó en silencio a regresar al hospital para recibir tratamiento, el paciente sacó un cuchillo de cocina que había escondido. Una enfermera fue apuñalada en el pecho, otra varias veces en la espalda y la tercera en la mano y el brazo. Las tres enfermeras sobrevivieron pero tuvieron que pasar un tiempo en el hospital. Cuando la escolta policial entró en el dormitorio, el paciente entregó el cuchillo en silencio.